En la pintura de Almaro la figuración crea el espacio que habita y la luz brota desde el interior de las imágenes como un elemento que acompaña y se apropia de cada obra. Así, el arte es espacio y tiempo a la vez.
La exposición explora cómo, en museos, galerías o templos, la prohibición de tocar su imaginería crea una barrera invisible entre el espectador y los objetos, alimentando el aura de los mismos que residen en estos espacios. Esto nos recuerda que la luz es quien engendra a la imagen, y la única que puede tocarla.
Almaro lleva tiempo investigando sobre la percepción luminosa y, a través del término «pintura encendida», que él mismo acuñó, reivindica la pintura como medio para revelar la parte espiritual que antecede a la materia.
La muestra se compone de dieciocho cuadros con los que el artista se consolida y logra transmitir gran madurez plástica que marcará un punto de inflexión en su larga carrera artística.