Oliver Roura (Barcelona, 1978) es un artista difícil de clasificar. Su obra no encaja en los parámetros tradicionales de la pintura. A pesar de que su obra se exponga –por ahora- en soporte de aluminio o que trabaje directamente con pintura, su procedimiento de creación se aleja por completo de las técnicas convencionales. Si bien un pintor tradicional trabaja añadiendo capas de pintura una encima de la otra, él lo hace de manera inversa.
Pero más allá de esta alteración de orden procedimental, hay algo más que lo aleja de la pintura tradicional. El hecho de trabajar con materiales plásticos le permite añadir capas que no contienen información cromática, totalmente transparentes, que generan vacíos, surcos, espacios que, en relación con el resto de capas pictóricas, generan volúmenes casi escultóricos, casi como si se tratasen de bajorrelieves. Este aspecto le permite cuestionar los límites formales de la pintura para transgredir y reflexionar al entorno del espacio pictórico.
El cromatismo acusado y el color saturado de sus primeras creaciones han ido derivando paulatinamente hacia un cromatismo más reposado, generalmente monocromo. Esto nos invita a una experiencia inmersiva, que nos invita a adentrarnos sensorialmente y sin distracciones en el color, el ritmo y la estructura interna de la obra. Pero más allá de este proceso de madurez formal hay también un paso hacia adelante en el terreno conceptual.