FORMAS DE UN JARDÍN CERRADO

Apartar las ramas. Entornar la reja. Adentrarse. Formas de un jardín cerrado es un jardín bordado de jardines. Sobre el espacio edénico que habita el cuerpo sagrado, el de la guarda, la virtud y la gracia, Bárbara G. F. Muriel se cose con imágenes técnicas y códigos visuales del cuerpo patológico. La clínica, la santidad y las flores.

En un hortus conclusus con rumor de botánico, dos genealogías -la del cuerpo santificado y la del clínico- convergen hacia la experiencia artística, en una reflexión sobre la aflicción, la invulnerabilidad y la fragilidad de los cuerpos vivos. La imbricación de discursos iconográficos en torno al jardín envuelve las obras de la muestra con gran riqueza. Entre los ideales de la razón moderna y la religión, lo colonial y lo sagrado, las ciencias naturales y la fe, la artista cuestiona la jerarquía de los órganos, de los saberes y de las formas de vida, y juega a dilatar el imaginario con humor, crítica y delicadeza.

La propuesta de Bárbara G. F. Muriel es una experiencia de fibras, matices, tiempo lento y mirada próxima. La artista problematiza la corporalidad desde la suya propia, a partir del archivo de resonancias magnéticas de su cabeza, poniendo en valor el dibujo con hilo y el bordado a mano en el proceso de emergencia material de las obras.

Formas de un jardín cerrado perturba la ficción de lo natural. La observación científica se transmuta en contemplación extraña e íntima. Poética de la quiebra, de lo falible y de la pervivencia. Este es un jardín de hibridaciones, de taxonomías fallidas, de anomalías que palpitan entre hebras; un lugar para epifanías, santas en éxtasis, mutaciones sutiles y herbarios vivos.